ONCE UPON A TIME IN HOLLYWOOD (2019)
Carta de amor al cine

★★★★★
Raül Sanz - @raulwolfy 29 de agosto del 2019
Érase una vez Tarantino. Érase una vez un director que, por su amor al cine, le compuso una carta de amor en forma de película. Un gran óleo en el cual Tarantino recreó la que fue su juventud explotando cada detalle de Los Angeles durante los años 60. Una epístola formada por una técnica de narración exquisita, unas secuencias colosales, una banda sonora magnífica y unas actuaciones fascinantes. El cine, en su máxima expresión.
Y eso es Once Upon A Time In Hollywood (2019). Un regalo de Tarantino para todos nosotros, donde la nostalgia destaca por encima del peculiar estilo del director. No es como la sorprendente Reservoir Dogs (1992), ni como la inclasificable Pulp Fiction (1994), ni mucho menos como la sangrienta Kill Bill (2003); pero sí tiene un tono utópico como el que ya se trató en Inglourious Basterds (2009). Más allá de la historia real, Tarantino ha querido recordar una época fundamental en la cultura popular norteamericana a través de una aventura entre dos personajes ficticios. Lo importante no es el argumento ni los personajes; lo realmente valioso aquí es como quiere Quentin que recordemos ese período.
LO BUENO
- Dúo DiCaprio - Pitt
- Banda sonora
- Popurrí de géneros
- Fotografía
- Juego entre realidad y ficción
LO MALO
- Mucho metraje cortado
- Poco riesgo en el guión
Cuando en 2017 se confirmó que el cineasta había estado trabajando en un guión sobre los asesinatos de la familia Manson, el mundo del cine sonrió. Que alguien como Tarantino trasladara al presente el escenario de finales de los años 60 solo podía salir de una manera, y así ha sido. En un contexto sociopolítico complicado, con las drogas, el sexo y el Rock n'Roll a pie de calle, se produjo una revolución en Hollywood. Y parte de culpa, la tuvo la excéntrica familia Manson.
Once Upon A Time In Hollywood trata paralelamente la supervivencia de dos protagonistas ficticios dentro de una indústria cruel y otros muchos personajes reales de esa era. Y puede que no se ajuste por completo a la realidad histórica, pero lo que hace especial esta cinta es que el director, productor y guionista plasma toda la cultura cinematográfica con la cual se educó. Ese juego entre realidad y ficción.
Otro excelente resultado del largometraje es el popurrí de géneros que se desglosan: hay momentos para la acción, la comedia, el drama, el western e, incluso, hasta para el terror. Cada uno adaptándose al empleo técnico que más se asemeje a su estilo. Puede considerarse, entonces, uno de los trabajos más sólidos y equilibrados de Tarantino en cuanto a la trama, los personajes, los escenarios... la sensatez de Tarantino en el medio audiovisual.

Y hablando del placer visual, llegamos al apartado de la fotografía. Está filmada con maestría. Desde la genial adaptación del uso de la cámara según el ambiente, hasta la organización de los personajes en los encuadres. Una vez más, su querido compañero Robert Richardson le ha dado la vitalidad necesaria.
Un ejemplo claro son las infinitas secuencias con un plano cenital que hacen que sobrevolemos las colinas de Los Angeles o las mejoradas escenas road trip (mientras el coche se mueve, nos acercamos y/o alejamos a los protagonistas según el diálogo). Ni hablar tampoco del (casi) plano secuencia entre Bruce Lee y Cliff Booth. Una delicia.
Las actuaciones se encargan del resto

Si el guión no favorece la escena, se puede confiar en el fabuloso trabajo del reparto. Empezando con un duo que funciona de principio a fin, Leonardo DiCaprio y Brad Pitt se exhiben en sus respectivos papeles como Rick Dalton y Cliff Booth. Con Leo ya estamos acostumbrados a sus grandes actuaciones. Es un actor capaz de despertarnos infinidad de sentimientos en una misma secuencia. Prueba de ello es su escena con la pequeña Julia Butters, en la cual pasas de reírte a sentir pena por él en cuestión de segundos.
Pero es con Brad Pitt con quién nos llevamos una sorpresa. El misterio que acompaña al personaje provoca que se pueda alzar en cada momento que aparece en pantalla. Su pelea con Bruce Lee, el pasaje por el rancho de la familia Manson o el movido final son algunos de los instantes por los cuales brilla por si solo.
Sin embargo un personaje criticado ha sido el de Sharon Tate, interpretado por la magnífica Margot Robbie. Aunque parezca que se le haya dado un papel minúsculo o que, directamente, no se haya optado por contar la historia tal y como sucedió, también se trata de un homenaje que Tarantino le hace a la que fuera actriz y modelo. Se la llegó a acusar de todo por la prensa y su asesinato cambió por completo Hollywood. Gracias a su papel en Once Upon A Time In Hollywood, podemos disfrutar del lado más íntimo de Tate.
El gran momento de Margot Robbie llega cuando se adentra en el cine para disfrutar de una de sus películas. Una secuencia tan sencilla como una actriz reaccionando a su propio trabajo funciona perfectamente como un puente entre ella y Quentin. Una sonrisa, un llanto o un salto de alegría. Pero sobretodo a través de la mirada. Es Sharon Tate disfrutando de su trabajo. Pero también es Quentin Tarantino volviendo a ser un niño.

En conclusión, no se trata de una película más de Quentin Tarantino. Es una cinta donde la acción se reduce a su mínima expresión, para darle paso a la nostalgia. No es la mejor que ha hecho; ni tampoco la peor. Pero se disfrutan cada uno de los 165 minutos en los cuales se nos cuenta una cotidiana historia entre Rick Dalton y su doble. Aunque esperemos que podamos disfrutar de una versión extendida con más Charles Manson, entre otros.
Sus numerosos saltos entre realidad y ficción, así como el juego entre drama y comedia, son sus puntos fuertes. A esto se le suma unas actuaciones perfectas y las apariciones de grandes nombres como Kurt Russell, Al Pacino, Bruce Dern o Luke Perry que son de agradecer.
Y, además, cuenta con abundantes secuencias que serán recordadas por los amantes al cine, como el terrorífico paso por el rancho durante el día, el encendido de todos los carteles luminosos por Hollywood Boulevard o los violentos últimos veinte minutos de la cinta.
Una declaración de amor al cine.